Los perros callejeros de Chernóbil son genéticamente diferentes

Un estudio muestra que los canes son distintos pero la explosión de vida que ha tenido la zona cuestiona que se deba a la radiación

Los perros callejeros de Chernóbil son genéticamente diferentes

El análisis genético de los perros que hay cerca de la central nuclear de Chernóbil en Ucrania muestra que son diferentes. Pero no hay pruebas de que se deba a la radiación. Un estudio realizado a más de 300 canes asilvestrados indica que la afinidad genética cambia según aumenta la distancia con el reactor número 4, que estalló en 1986. Sin embargo, estas diferencias podrían deberse a causas que no tienen nada que ver con la liberación de material radiactivo o que sus niveles sean dañinos a largo plazo. De hecho, la zona está siendo testigo de una brutal explosión de vida salvaje.

El 26 de abril de 1986, el reactor número 4 de la central Vladímir Ilich Lenin, a 17 kilómetros de Chernóbil (en el norte del país), sufrió el mayor accidente nuclear de la historia. Durante días se quemaron y liberaron a la atmósfera grandes cantidades de material radiactivo, como cesio-137, iodo-131 y otros radionucleidos emisores de radiación ionizante. Semanas después, se creó la zona de exclusión de Chernóbil (ZEC) en 2.600 km² a la redonda, evacuando a todos los habitantes. Dentro del programa de contención, el Ministerio del Interior de Ucrania, entonces dentro de la Unión Soviética, ordenó el sacrificio de todas las mascotas. Pero algunos perros escaparon de la purga.

¿Cómo le ha ido a los perros en un entorno en principio tan adverso? En cuanto al número, parece que bien. En la actualidad, según el censo de la Iniciativa para la Investigación de los Perros de Chernóbil, hay más de 800 canes asilvestrados en la zona. Para Tim Mousseau, biólogo de la Universidad de Carolina del Sur (Estados Unidos) y autor sénior de este nuevo estudio, “cualquier cosa que aprendamos sobre cómo sobreviven en este ambiente será de relevancia directa para los humanos en Chernóbil y en otros ambientes radiactivos”. Para ello, tomaron muestras de sangre de 302 ejemplares. Casi la mitad viven en torno a la central y Prípiat, la localidad más cercana, convertida hoy en una ciudad fantasma. Otros 150 son de la propia Chernóbil, a 17 kilómetros de la zona cero. Y los 16 restantes deambulan por Slavútich, población también ucraniana, pero a 45 kilómetros, ya fuera de la zona de exclusión.

La sangre de las muestras les permitió realizar un mapa de similitud genética. Los resultados de este trabajo, publicados en la revista científica Science Advances, indican que estos perros son genéticamente diferentes a otros perros de varios países que analizaron para comparar. También lo son de canes callejeros capturados en Vínnitsa, una ciudad ucraniana ubicada 350 kilómetros al suroeste de Chernóbil. El estudio va aún más lejos: los animales del estudio se agrupan en tres grandes poblaciones desde el punto de vista genético y la pertenencia a un grupo u otro depende de la distancia de la central. Esto sugiere que la exposición a la radiación podría haber afectado a los genes de unos más que a los de otros. Pero no hay datos, por ahora, de esto haya sucedido.

En principio, y siendo muy dependiente de la dosis y el tiempo de exposición, la radiación ionizante provoca estrés oxidativo, daño celular y en el ADN, entre otros efectos. Sin embargo, los autores del trabajo no han publicado ningún dato sobre alteraciones en los perros, en especial si han observado cambios en la tasa de mutación. Mousseau lleva una veintena de años yendo a Chernóbil (hasta que se desató la guerra), casi el mismo tiempo que lleva alertando del daño que la radiación estaría haciendo. “Hemos realizado estudios preliminares de las dosis externas e internas a estos perros y tenemos un artículo en revisión que cubre parte de esta cuestión”, aclara Mousseau en un correo.

Uno de los problemas que tiene la tesis de este biólogo, experto en el impacto que el ambiente tiene en los genes, es que se topa con la realidad. Tras el desastre de 1986, que debió costarle la vida a infinidad de seres vivos, la zona de exclusión se ha convertido casi en un paraíso sobre la tierra. Tras la evacuación de los adanes y evas y el abandono de los campos, tanto la flora como la fauna han medrado en toda la zona en torno a la central. Un trabajo publicado en 2015 y que tuvo gran impacto mostraba que, en efecto, la presencia de grandes mamíferos se redujo en los primeros años tras el accidente, pero se recuperaron enseguida. Los conteos aéreos realizados desde los años 90 muestran que las poblaciones de alces, ciervos, corzos y jabalíes eran similares a los de otras regiones. Y, en ausencia de los humanos, la población de lobos había aumentado en siete veces, con la mayor densidad demográfica de Europa.

“La mayoría de las investigaciones demuestran claramente que muchos organismos que viven en las regiones más radiactivas de la zona de exclusión presentan lesiones graves de muchos tipos”

Tim Mousseau, biólogo de la Universidad de Carolina del Sur, Estados Unidos

“Muchos estudios ahora sugieren que en las partes de la zona de exclusión que no son particularmente radiactivas, le ha ido muy bien a muchos animales, especialmente a aquellos que son cazados en otras áreas fuera de la zona”, reconoce Mousseau. “Sin embargo, la mayoría de las investigaciones demuestran claramente que muchos organismos que viven en las regiones más radiactivas de la zona de exclusión presentan lesiones graves de muchos tipos”, añade. Así que habrá que esperar a la segunda parte de su investigación, ya con los datos de exposición radiactiva, para saber cómo le está yendo a los perros.

Jim Smith es biólogo de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido) y, como Mousseau, ha estado yendo varios años a Chérnóbil. Es el principal autor de aquel trabajo sobre los lobos y otros grandes mamíferos y ha participado en varios censos de la vida salvaje en la región. “En nuestro estudio de 2015 no pudimos encontrar pruebas que vincularan las poblaciones de mamíferos con la dosis de radiación y encontramos densidades de población de mamíferos similares a las de otras reservas naturales en Bielorrusia”, cuya frontera está a menos de 20 kilómetros. “No he vuelto a estudiar su situación desde entonces, pero otros científicos han encontrado resultados similares”, añade.

“En ausencia de la presión humana, la vida silvestre prospera a pesar de la influencia potencial de la radiación crónica de bajo nivel”

Jim Smith, biólogo de la Universidad de Portsmouth, Reino Unido

Para Smith, la parte genética de esta investigación de Mousseau es impecable, pero rechaza que se pueda conectar con la exposición a la radiación. “Toda la radiación (incluida la natural de las rocas, los escáneres de rayos X, los rayos cósmicos…) puede dañar el ADN, así que la radiación en algunos puntos críticos de Chernóbil seguro que está influyendo en la genética de los animales. Pero la pregunta es en qué medida está sucediendo y si afecta significativamente a las poblaciones”, dice. El problema es que hay mucho otros factores ambientales, por lo que “resulta difícil encontrar efectos claros de la radiación en los individuos, incluso en las áreas más contaminadas”, añade. Y termina: “Lo que está claro para mí es que, en ausencia de la presión humana, la vida silvestre prospera a pesar de la influencia potencial de la radiación crónica de bajo nivel”.

Como Mousseau y Smith, otros muchos científicos de diversas disciplinas de todo el mundo visitan Chernóbil con frecuencia, Por desgracia, es el mayor experimento para estudiar el impacto de la radiación en la vida. Uno de ellos es el biólogo de la Universidad de Oviedo Germán Orizaola, que tiene un laboratorio en la ciudad gracias a una colaboración con el Centro de Seguridad Nuclear, Residuos Radiactivos y Radioecología de Chernóbil. Hace unos años publicó un trabajo sobre los caballos de Przewalski. Una treintena de estos équidos salvajes fueron soltados en la zona de exclusión en 1998, 12 años después de la explosión, sin mucha lógica ecológica en principio. En el artículo, Orizaola escribía: “Las predicciones iniciales señalaban que, debido a la contaminación radiactiva, la zona iba a ser inhabitable durante más de 20.000 años. Se pensaba que Chernóbil se convertiría en un desierto para la vida”. Sin embargo, en la actualidad ya son unos 200.

El ámbito de Orizaola en realidad es el estudio de los anfibios, en especial la rana de San Antonio, una ranita de intenso color verde brillante. En un estudio publicado en 2020 junto a su colega Pablo Burraco, descubrieron que allí, cuanto más cerca de la central, más oscuras son las ranas, hasta el punto de que las de las charcas que hay en las cercanías, son casi negras. Como Mousseau en su estudio con los perros, Orizaola y Burraco midieron la radiación ambiental. Pero lo que no hizo Mousseau (al menos no lo ha publicado) y sí ellos, fue medir la radiación existente dentro de los animales, en concreto la presencia de cesio en los músculos y de estroncio en los huesos. No hallaron relación entre la coloración de las ranas y la dosis de radiación absorbida en la actualidad.

En una nota de la universidad de Oviedo, explican el aparente misterio: “Estos resultados sugieren que las diferencias en coloración no se deben a la exposición actual a radiación, y apuntan al efecto de la exposición histórica de estas poblaciones”. Es decir, la coloración oscura de las ranas de Chernóbil se debería a una exposición inicial a niveles muy altos de radiación, no de las ranas actuales, sino de las que vivían allí en 1986. La mayor o menor melanina protege de las radiaciones, así que los anfibios más oscuros habrían sufrido un menor impacto de la radiación liberada por el accidente, teniendo una mayor probabilidad de sobrevivir.

“En los perros o en cualquier otro animal, la clave está en determinar la exposición a la radiación”, recuerda Orizaola y es una de las críticas que hace al estudio de los perros de Chernóbil. Pero tiene otras. “No se sabe el número inicial de los que sobrevivieron a la cacería iniciada tras la explosión, lo que introduce el sesgo de los perros fundadores”, añade el biólogo. Una población inicial muy reducida favorece la diferenciación genética. “Además, no tiene nada que ver la radiación de 1986 con la actual. Se ha reducido en un 90% y los compuestos más peligrosos han desaparecido”. Su juicio final sobre el estudio de los canes lo resume en una frase: “Son tan diferentes como lo son los perros de Varsovia de los de Cracovia”, dice. Ambas ciudades polacas están relativamente alejadas de la central.

El ecólogo del Museo Nacional de Ciencias Naturales, Ismael Galván, trabajó con Mousseau en el estudio de las aves de Chernóbil. De aquellas resultó un trabajo publicado en 2014 con conclusiones tan interesantes que levantaron cierta polvareda entonces. Estudiaron el impacto de la radiación en 16 especies de pájaros. Su conclusión, dice literalmente así: “Las aves mejoran sus niveles de antioxidantes y su condición corporal y disminuyen sus niveles de estrés oxidativo y el daño del ADN con el aumento de la radiación de fondo a la que están expuestas en Chernóbil”. Es decir, los pájaros no parecen verse afectados por la exposición a la radiación. Como también decía Orizaola, “Chernóbil vive una explosión de vida”, dice ahora Galván.

Sobre los perros, Galván reconoce que los datos muestran que son genéticamente diferentes, así que la hipótesis de la radiación no le parece problemática. “La diferenciación genética quizá sea la base de la adaptación que vimos en las aves”, dice. “Es probable que los animales se hayan adaptado a unos niveles de radiación bajos, pero crónicos a lo largo del tiempo, dando lugar a una adaptación fisiológica”, añade. El problema es que faltan datos sobre la fisiología de los perros.

La clave podría estar en una palabra que hay que buscar en el diccionario: hormesis. “Cuando se expone a un organismo a algo perjudicial que el metabolismo tiene que combatir o enfrentar [un agente químico, un daño ambiental, la radiación…], el estado final puede ser mejor que el inicial”, explica Galván. Es la versión científica de lo que no mata, engorda. “Es obvio que la radiación no es buena, pero los animales, a través de las generaciones, tienen la capacidad de adaptarse”, opina este investigador.

Fuente: elpais.com

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