¿Por qué cuando se muestra la contaminación y el maltrato continuo que supone la explotación animal no se rechazan los productos de origen animal?

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La reciente campaña contra “macrogranjas” de cerdos que está llevando a cabo la organización Greenpeace lleva un mensaje claro: la industria de la carne contamina la tierra, el agua y el aire al criar y matar animales en masa. El número de cerdos explotados se ha multiplicado por cinco desde los años 60. Tras una investigación en una de las granjas más grandes de España, han hecho públicas unas imágenes que muestran el sufrimiento animal que suele darse en estos lugares. Analizan y denuncian en un artículo unas condiciones higiénicosantitarias que no cumplen la normativa y que pueden poner en riesgo la salud de las personas. Vemos a cerdos que viven sobre la acumulación de excrementos, cuerpos sin vida abandonados y cerdos enfermos desatendidos.

En los textos que ha difundido en redes sociales, Greenpeace pide que no se concedan más licencias de apertura de este tipo de instalaciones ni se amplíen las existentes “por sus graves impactos medioambientales y sociales”. Parece que se esfuerce en no mencionar el sufrimiento animal como causa y repite una y otra vez que la contaminación es el problema más grave de esa y de todas las “macrogranjas”. Sin embargo, hay que aclarar dos cosas. En primer lugar, el problema más grave que revela su investigación no es la contaminación, sino la tortura que supone para millones de animales malvivir en granjas de explotación. A día de hoy resulta difícil entender cómo se les sigue condenando a malvivir en esas condiciones cuando podemos llevar una alimentación 100% vegetal y existen alternativas suficientes para poder evitar cualquier tipo de explotación de animales.

En segundo lugar, lo que sucede en la granja investigada no son hechos excepcionales. La explotación animal masiva al ritmo actual implica prácticas injustificables para cualquier persona que entienda que los animales son seres conscientes de todo lo que les sucede y que sufren ante el dolor y la incomodidad extrema a la que son sometidos. Solo hay que hacer un repaso de las investigaciones que llevan a cabo otras organizaciones que luchan por los derechos de los animales en varios países, cada año o con cierta frecuencia.

Si nos centramos en las explotaciones de cerdos, tenemos el deber de recordar Factoría, una investigación de Aitor Garmendia. Tras visitar 32 granjas en España, hizo público este reportaje en 2020 que confirma unas condiciones de vida inadmisibles y que guardan muchas similitudes con lo que se aprecia en las imágenes recientes reveladas por Greenpeace. Aunque también debemos mencionar el trabajo de Compassion in World Farming. En 2013 investigaron 15 granjas en España y denunciaron el estado deplorable en el que se encontraban los animales que las habitaban.

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Hernia umbilical. Castilla-La Mancha, 2019. AITOR GARMENDIA (TRAS LOS MUROS)

Si echamos un vistazo al trabajo que la organización L214 realiza en Francia, destaca la investigación en 2020 en una granja proveedora de la marca Herta, que pertenece a Casa Tarradellas (un 60%) y a Nestlé (un 40%). Suciedad, instalaciones incómodas, cerdos hacinados, heridos y, además, pateados por los trabajadores y apuñalados con una especie de punzón para obligarles a moverse o a caminar. Igualdad Animal se ha hecho eco de otra investigación que se acaba de publicar este mes, llevada a cabo en otra granja de la misma marca. L214 lleva realizando investigaciones de forma regular desde el año 2007 en granjas de cerdos y de otros animales y se pueden consultar todas en su web.

En Italia, Animal Equality Italia desveló en 2020 las condiciones en las que malvivían los cerdos de una granja de Brescia. Por su lado, Compassion in World Farming investigó 11 granjas en 2013 en el mismo país donde se aprecia un escenario similar en todas ellas.

La investigación más reciente por parte de Animal Equality UK se llevó a cabo en Aberdeenshire, Escocia, y se hizo pública en 2021. En los últimos 5 años esta misma organización ha visitado y denunciado a 10 granjas más por tener animales en pésimo estado sin tener en cuenta sus necesidades para estar sanos física y mentalmente. Compassion in World Farming sacó a la luz en 2019 cómo malvivían las cerdas gestantes en 2 granjas de Reino Unido. En el año 2018 el diario The Guardian hizo pública la situación condenable de los cerdos de una granja en Lincolnshire, Inglaterra.

A estas investigaciones en granjas de cerdos de Europa hay que sumar las investigaciones de años precedentes, las llevadas a cabo en el resto del mundo y las realizadas en las granjas donde se explotan a otros animales como vacas, ovejas, pollos, gallinas, patos, pavos, conejos, peces, caballos y visones; además de perros, gatos, ratas y monos criados para la experimentación animal.

Cada vez que se muestra el desastre ecológico y el maltrato continuo que supone la explotación de animales, se producen investigaciones paralelas y en algunos casos incluso se pueden llegar a cerrar granjas de forma temporal. Pero el escándalo público y la noticia en sí dejan de ser relevantes pasados unos meses. No hay graves consecuencias legales, no se hace suficiente seguimiento de cada caso y lo peor de todo, no hay una respuesta de rechazo por parte de las personas que consumen productos de origen animal. Sería de esperar un rechazo a estos productos, una condena a las empresas por criar animales en esas condiciones. Pero no. La mayoría de estas granjas siguen abiertas o habrán abierto otras nuevas que ya estarán en el mismo estado que las demás.

Como consumidores y consumidoras tenemos el poder de paralizar este sistema de producción de alimentos para acabar con el sufrimiento que padecen los animales en todas las explotaciones de todos los países del mundo. Entonces, ¿por qué no actuamos? En parte es debido a que los animales son los últimos de la fila, como dice Ruth Toledano: “Nacen, crecen, paren, padecen, son trasladados y matados sobre mierda porque para la mayoría de seres humanos son mierda”. Pero también se debe a que mucha gente huye de su responsabilidad y se aferra a creer que, a pesar de cientos de investigaciones realizadas en todo el mundo, no todas las granjas son así.

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El parto tiene lugar en las jaulas de maternidad, donde las cerdas también defecan y orinan. El lechón de la imagen aún estaba vivo. Aragón, 2019. AITOR GARMENDIA (TRAS LOS MUROS)

Existen medidas de bienestar animal y cada vez se exigen más, como la colocación de cámaras de videovigilancia. Pero incluso cuando se aplican, son insuficientes. No se trata de que un animal sobreviva en buenas condiciones, se trata de que un animal disfrute de su vida. Vivir no solo consiste en tener libertad para moverse o para caminar, tener comida al alcance y un lugar donde resguardarse. Por ejemplo, hoy sabemos que el resto de animales establece vínculos de amistad y por ello sufren si les separan de sus compañeros. Sabemos que se aburren, que necesitan distraerse, jugar, explorar, superar retos tal y como lo necesitamos los seres humanos.

Las granjas pequeñas se presentan como las más amables con los animales que explotan. No obstante, en ellas, igual que en las grandes, también obligan a sus animales a criar, a olvidar a sus hijos y a seguir órdenes. Cuando alcanzan la edad y el estado que el ganadero o ganadera considera rentable, les obligan a meterse en un camión y a salir caminando por su propio pie hacia la muerte. El hecho de ser una parte muy pequeña de la ganadería global y de criar a menos animales no puede justificar la continuidad de estas explotaciones. El sufrimiento, en mayor o en menor grado, sigue siendo sufrimiento.

Por lo tanto, cuando recibimos información no podemos ignorar lo que salta a la vista, aunque no se mencione. Y menos aún si somos responsables del sufrimiento de otros. Pueden ser muchos los motivos que están impidiendo a la mayoría de la población condenar el maltrato de todos los animales, pero solo son excusas para no cambiar los hábitos que los perjudican y cada vez son más indefendibles.

Es hora de pasar a la historia con valentía y con la certeza de que hicimos todo lo posible por reparar un mundo de valores rotos y por dejar el mejor futuro posible para las siguientes generaciones. Poder comprar o comer algo no significa que debamos comprarlo o comerlo. No hay que esperar a que nos prohíban algo para dejar de hacerlo. Tenemos más poder del que imaginamos para acabar con una industria que no debería existir en una sociedad que apueste por la empatía, la compasión y la libertad de todos sus habitantes, sin excepciones. ¿Por qué ceder a la indiferencia o al desánimo cuando está a nuestro alcance conseguir cerrar los mataderos?

Fuente: elsaltodiario.com

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