En su Columna Animal, Veró Mac Lennan, cuestionó el hábito de alimentarse de animales y a las políticas estatales que lo apoyan
Podríamos pensar que entre quienes miran para otro lado y quienes disfrutan del acto violento de matar, hay una diferencia. Entre quienes hacen matar a un animal por otro animal y quienes hacen matar a un animal por otro humano, hay una diferencia. Aunque las consecuencias sean casi las mismas: llevan a la muerte a un animal. Puede haber disfrute, goce, o incomodidad, ganitas de no ver o no saber. Aunque las consecuencias sean las mismas. Hay una diferencia entre quienes naturalizan la muerte y los que disfrutan de provocarla, entre los que la justifican y las que no la piensan, pero las consecuencias siguen siendo las mismas.
Entonces, ¿hay una diferencia?
Para el Estado, por ejemplo, no hay diferencia. Aprueba todo, a quien naturaliza, lo aprueba, a quien lo goza, lo premia, se dirige en términos de deportes o de turismo en esos casos. Al que le gusta usar a otros animales para matar a otros animales, les da el marco legal y habla de tradición de caza con jauría, por ejemplo. Al que le incomoda, se lo oculta, le pone los frigoríficos lejos. Y a quien gana plata con eso, lo ayuda, si tiene inconvenientes le arrima un subsidio, créditos, le pone un ministerio a su servicio y etcétera.
Al Estado, a las personas que no lo piensan y a quienes lo disfrutan y promueven, desde el antiespecismo les decimos: no hay una diferencia.
Nos rasgamos las vestiduras por algunas formas de dar muerte, pero por otras no. Cuando, en todos los casos, alguien muere. Un animal no humano en beneficio de un animal humano siempre.
Cuando las personas antiespecistas repudiamos éstas práctica, somos ubicados en el mismo lugar de las que antaño luchaban por la liberación de las personas esclavizadas por su color de piel. O, en el lugar de quienes consideramos a los pueblos preexistentes como humanos, tan humanos como sus conquistadores. O que la vida de una mujer debe poder desarrollarse en igualdad de condiciones que la de un hombre. O que las diversidades sexuales no valen menos que quienes son cisheterosexuales. Es decir, somos colocadas, cada quién en su época, en el extremo del absurdo.
Hoy, se nos burlan cuando pedimos por los derechos subjetivos de los ANH, como personas a las que no se les reconoce ese status, y por lo tanto se sostienen que no son merecedores de vida, ni de libertad, ni dignidad, ni de no injerencia humana en su pleno desarrollo. Estamos aquellas personas veganas y las que no. No hay un intermedio. Se respeta el derecho a la vida de todas las especies o se promueve su explotación. No hay términos medios.
Y el futuro, si es que lo hay, será en el respeto a la vida de todas las formas de vida porque un mundo vegano es mejor que el actual. Es mejor para los AH, para los ANH, para el ambiente y para la coexistencia en la tierra con toda su diversidad.
En este mundo cohabitamos especistas, entre los que están los que practican la caza con jauría, los que se comen un asadito los fines de semana, los que perpetúan el ocultamiento de la verdad a su descendencia para que nada cambie y los que mostramos el horror y luchamos por un cambio cultural respetuoso.
Una humanidad que no se alimenta de la explotación de la animalidad es posible. Una humanidad que no lucha por su salud, sino por la salud de todas las existencias. La que no prioriza sus privilegios, sino que los detecta y los abandona. La que no se cree superior a nadie y por eso no mata, no usa, no explota y en cambio, pelea por la igualdad.
Ante este panorama, casi nadie desde lo institucional colabora con el cambio de paradigma. Está en manos de individualidades y de ONG, no hay partidos políticos anti especistas.
Son las miradas de empatía promotoras de la justicia social que enmarca al veganismo, las que se sensibilizan con otras formas de vida, las que muestran la verdad de los frigoríficos, las que se horrorizan por la caza con jauría, pero también por las vacas transportadas en un camión con las orejas perforadas, etiquetadas y apretujadas rumbo al matadero.
En esas personas está el dolor, pero también el compromiso de hacer todo lo posible para que la realidad cultural cambie. Las que se les aprieta el corazón, mientras otras aplauden al asador. Es duro, pero mientras podamos habrá que seguir recordando que por más que nos sintamos muy mal, no somos las víctimas, somos parte de la humanidad que nos avergüenza, pero no somos las víctimas, ellas son las vacas conectadas a una máquina desde sus tetas, son las gallinas enjauladas, son los cerditos que no llegan al año de vida, son los perros entrenados para matar y expuestos al acto violento de la humanidad que después saborea un embutido. Esos jabalíes, esos perros, son las víctimas y en todo caso, también las niñeces a quienes no se las educa en la compasión, convertidos en continuadores de un sistema que reproduce hasta el cansancio la violencia.
Alguien me dijo una vez “comer carne está mal”. A mí me bastó porque la idea estaba dando vueltas en mí desde hacía años. Habitar el mundo partiendo de esa base me abrió las puertas para ver la realidad que el sistema carnista, capitalista y patriarcal se encarga de mantener cerradas.
En tanto no sigamos empujando esas puertas, la verdad seguirá estando escondida para la mayoría. Basta de matar animales. Comer carne está mal.
Fuente: radiokermes.com
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